Mujer, Vida y Libertad.
- Andrea Arduengo
- 14 mar 2023
- 5 Min. de lectura
¿Por qué hay tantas mujeres enfermeras y por qué tan pocos hombres? ¿Es el cerebro de la mujer el que muestra predisposición para el cuidado o es la educación recibida durante años la que ha condicionado los roles y habilidades de género? ¿Por qué la enfermería, una profesión mayoritariamente formada por mujeres, tiene como altos cargos directivos y organizativos a hombres? ¿Por qué mis compañeras mujeres tienen que solicitar jornadas reducidas para conciliar la vida laboral y familiar mientras que no es recurrente entre compañeros hombres? ¿Es la mujer la encargada de amamantar y cuidar a los hijos o en ello viene implícito el sostener el cuidado y la cohesión familiar? ¿Es el sistema capitalista y patriarcal el motivador de este orden social mediante el matrimonio por amor que, a su vez, posiciona a la mujer en un segundo plano en lo que a vida laboral se refiere? ¿Deberíamos permitir las mujeres durante una entrevista de trabajo preguntas relacionadas con nuestra maternidad? ¿Cómo sería vista una mujer si su ocio favorito fuera el nocturno con sus amigas durante los fines de semana mientras el hombre se queda en casa con los hijos? ¿Y si fuera al revés? ¿Es la crianza responsabilidad compartida o delegada?
Como mujer cercana los treinta años de edad, me encuentro en un momento de mi vida en el cual puedo ver con perspectiva diferentes situaciones entre las mujeres que me rodean. Algunas de mis amigas estudian y viven con sus padres, otras ya tienen su trabajo fijo, otras viven en pareja, muchas solas vagando entre empleos precarios y, las que menos, ya son madres. Es en esta tesitura en la cual empiezo a darme cuenta que la diferencia entre sexos se mantiene, aunque de diferente manera, en todas las etapas de la vida.
Cuando somos pequeñas somos de cristal: “trátala con cuidado que es una niña” se les repite a ellos. Nuestra ropa es incómoda pues nuestros juegos de niñas no son de mancharse, eso es para ellos. Entonces ellos desde bien pequeños empiezan a hacer deporte, esos mismos niños que, ya en la adolescencia tendrán su casa llena de medallas. Mientras tú, como niña, habrás hecho con suerte algún deporte de equipo, gimnasia rítmica o te habrás aprendido diferentes coreografías en alguna escuela de baile de tu ciudad. Si te gusta la música, el piano o algún instrumento de cuerda clásico serán lo tuyo. Olvídate de la batería, la guitarra o el bajo, no te vaya a gustar el rock.
Sigues creciendo y llega la edad de presumir, entonces empiezas a ver que las demás se depilan, se maquillan y “arreglan” (porque están estropeadas) para salir a un bar que, con quince años, piensas que es la mejor discoteca del mundo entero. Tú no tienes apenas criterio y tu necesidad de pertenencia engrandece, así que os retroalimentáis unas a otras y empieza a reinar la superficialidad. Maquillaje, ropa ceñida, el pelo quemado con las planchas y sujetadores de relleno porque con esa edad tu referencia no es Emma Goldman, es una influencer cualquiera que, aunque tenga diez años más, está igual de oprimida. Si eres hombre puedes ir en chándal porque el rollo “malote” está guay y puedes decir que vienes de “jugar una pachanga”. Tú puedes ligar mucho y yo no porque estamos muy avanzados en todo menos cuando hablamos de libertad femenina. Si tú, mujer, estás con muchos, estás etiquetada ya sabemos de qué. Y lo peor de todo es que muchas veces estos insultos vienen por parte de otras mujeres educadas en estos valores que generan la opresión entre nosotras mismas. Justo lo que el patriarcado busca.
Este círculo vicioso se mantiene de manera constante hasta que, bien llega el feminismo a tu vida o bien la estabilidad emocional en forma de hombre salvador con el que creas tu nueva vida y, con ello, posteriormente, la familia.
Y aquí empieza el mayor lío que yo vi hasta ahora. Hasta entonces, siendo crítica, era todo un cúmulo de despropósitos pero que se podían gestionar más o menos. En el momento que eres madre y otra persona depende de ti, empieza el caos.
Entre medias habrás estudiado algo, si tienes un poco de suerte y apoyo familiar, habrás ido a la universidad y cuando tengas veintidós años y empieces a buscar un trabajo, llegarás a una comida familiar en la que alguien te preguntará que si ya tienes novio y si quieres ser madre. Es un guion no escrito pero que se repite en casi todas las casas. En las casas de las chicas. Mis amigos no saben ni coger a un bebé y tú, mujer, vas a ser capaz de todo porque “ya te vendrá el instinto”.
Entonces, en mi caso, eres madre y enfermera. Eres enfermera porque eres mujer y cuidas. La enfermera y el médico. Bueno, eres enfermera y trabajas a turnos pero no quieres que la maternidad repercuta en tu desarrollo profesional. Y, el padre de la criatura también trabaja. Entonces claro, entre el embarazo, el parto, el posparto y la lactancia estás ausente en torno a un año. Y luego paga una guardería, si puedes. Aunque menuda mala madre que le educan a su hija. Y si no tira de los abuelos, si es que viven en tu misma ciudad y no tuviste que irte a otro sitio a buscar trabajo. Y es que de noche la niña llora y el instinto materno hace que solo lo escuche yo. Y, claro, también hay que hacer la comida y alguien tendrá que limpiar la casa. Y, al final, solicitas una jornada reducida en el trabajo porque es imposible conciliarlo todo. Pero claro, ¿Cómo voy a ascender en la empresa si estoy priorizando a mi familia? ¿Brecha salarial?
Y, a todo esto, llega el fin de semana y si el padre está agobiado de trabajar es normal que desconecte. Tú, mujer, eres madre y todo lo que conlleva no es un trabajo porque el sistema capitalista no está de por medio. Así que, una vez más, te quedas con el bebé y el instinto. Y, como eres "buena esposa" prepararás la cena y justificarás el ocio de tu marido.
Si no disfrutas una jornada reducida y lo dejaste todo por cuidar, tendrás que volver a buscar trabajo como con veintidós años. Y si quieres ser madre de nuevo, ármate de paciencia.
Entonces, ¿Cómo puede sobrevivir una mujer en el sistema capitalista si decide ser madre? ¿No trabajando? ¿Dedicándose al cuidado de su hija? ¿Trabajando y delegando la educación en otras personas? Y, ¿si decides divorciarte? ¿Malviviendo? ¿Precisando ayuda externa?
Serás juzgada, siempre. Si tu embarazo no es buscado, juzgada. Si tienes un bebé sola, juzgada. Si abortas, juzgada. Solo no lo serás si estás dentro de un matrimonio porque se da por hecho que fue consensuado y, si el hombre puede escoger, entonces está bien. Y, ¿Qué pasa después? Son muchas mujeres las que tienen miedo a divorciarse por falta de autonomía económica, por miedo a la precariedad, a la violencia que conlleva, al rechazo social, a la dificultad de entrar en el mercado laboral "a destiempo". Pasan los años y, con suerte, te jubilas: mujer no productiva, estás borrada. Limítate a ver telenovelas, hacer crochet y tomar un café con tus amigas. Al sistema no le aportas y te aparta. Si tienes nietas a quienes cuidar y a quienes poder transformar con tu experiencia educacionalmente hablando enhorabuena, eres funcional. Sin embargo, esa criatura indefensa habrá caído en este círculo vicioso que llama patriarcado. Justo en el momento de la primera ecografía y se escucha: "es niña", ahí empieza todo.
Somos muchas, estamos juntas y no tenemos miedo: algún día todo eso arderá dejando un suelo más fértil en el que brote una igualdad real.
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